Cuenta la leyenda que el rey Sancho VII de Navarra después de combatir junto a los cruzados que habían llegado mayoritariamente desde Francia, peleo en las Navas de Tolosa, allá por el año 1212. Al lado del rey su más noble, valeroso y leal caballero Alejandro Navarro Conde de la Victoria. Enfrente las tropas almohades del califa Muhammad al-Nasir, también llamado por los cristianos Miramamolín. La victoria de esa batalla cayó en favor del bando cristiano. Para celebrarlo, el rey Sancho VII quiso premiar a su mejor caballero con el regalo de tierras navarras. Serían bendecidas por el Papa Inocencio III y rubricadas como testigos por los reyes Alfonso VIII de Castilla y Pedro II de Aragón.
Le propuso al caballero añadir a su condado todas las tierras
que pudiera cabalgar desde la salida a la puesta de sol. El rey le ofreció su
mejor caballo. Un caballo joven con cuello arqueado y cuerpo
bien constituido, un alazán con el pelo rojizo, con la cola y la crin blancas. El caballero acepto la propuesta,
clavaría una lanza en el suelo con su blasón en el ocaso. A la orden del rey el
caballero espoleo al caballo. Salió con tanto brío que paso por encima del
escudero que sujetaba el alazán.
El
caballero henchido y ansioso por engrandecer su condado, sólo hacía que
espolear y fustigar al caballo. Cumplido el tiempo, el caballo desbocado no
reacciono a la orden de alto.
Continúo
a galope algo menos de media braza hasta que aminoró bruscamente el
paso. En ese instante junto al caballero cayó por un precipicio.