Como
todas las mañanas, desde hacía una semana que empezó la primavera,
un jilguero se posaba en la ventana de Pablo. Una hora antes que sonara el despertador, el jilguero lo despertaba con su canto, a la
vez que entraban los rayos del sol por la ventana.
Decidió ponerle un cuenco de alpiste y otro con agua.
Así fue como el jilguero al llegar a la ventana esa mañana, comió
alpiste, bebió del agua y a continuación deleitó con sus
trinos, reclamos y gorgojeos.
Al día siguiente, el jilguero no volvió.
Pablo recordó como su madre siempre le decía, "la lejía limpia y desinfecta como nada".
Pablo recordó como su madre siempre le decía, "la lejía limpia y desinfecta como nada".