Estaban todos, unos mirándome compasivos, otros con un
desprecio comedido. Reconozco que, no siempre uno está acertado. La vida aunque
es un suspiro da para equivocarse numerosas veces. En estos momentos les diría
cuánto los quiero, pero sé que no serviría de nada. Con el tiempo se olvidarán
y volverán a las mismas creencias de mí que tienen hoy. Mi esposa siempre fue
más generosa en todo, nos amó a todos de una manera excepcional. Tenía que
haber sido yo el primero en irse, ellos lo hubieran agradecido. De los cinco
hijos ninguno se parece a mí y eso lo agradezco. Son el carácter de su madre,
su tolerancia, su manera de amar, de comprender al otro y de tener siempre una
palabra hermosa en un día gris. Míralos, unos me compadecen y otros tienen
ganas que cierren el ataúd y me entierren lo más profundo posible.