Desperté y al mirarme al espejo vi unos ojos saltones , nariz chata y la piel verdosa con escamas.
Me lavé la cara y me dirigí hacia la silla de la habitación donde dejo la ropa al acostarme.
Cogí el pantalón y me lo puse, a continuación, la camiseta y por último las chanclas.
Saliendo por la puerta del patio me saludó el portero. En la calle el tendero, el panadero, el barrendero, mi vecina Encarnita. El peluquero y Antonio que estaba cortándose el pelo, la señora Vicenta que estaba paseando a su perro. La señora Felicidad desde la ventana de su casa de enfrente, que como todas, pero todas las mañanas, está pendiente de todo.
Como un acto reflejo miré hacia el sol y cerré repentinamente los ojos, no pude soportar su brillo y al volverlos a abrir noté como caían gotas de agua en mi cara. Cuando pude fijar la mirada, vi que era de un balcón lleno de macetas acabadas de regar.
Entré en el bar El Soñador , pedí un café y una tostada con aceite, me pusieron la tostada y junto a ella la aceitera, la cogí con suavidad y la aliñé.
Después de veinte minutos salí del bar hacia casa, entré en el patio y el portero me volvió a saludar, apreté el botón del ascensor y fue cuando me di cuenta del cartel que decía “averiado” a la vez el portero me daba explicaciones.
Subí los cuatro pisos despacio como si fueran cuarenta.
Por fin, delante de la puerta, cogí la llaves del bolsillo y abrí.
Directamente me dirigí al cuarto de baño y sin perder ni un segundo me miré en el espejo.
Era mi
cara, mis sueños, mis
pesadillas, mis miedos, mi vida, si, mi vida. Era yo, el de antes y el de ahora.