domingo, 24 de octubre de 2010

En busca de sentido



Eran las nueve menos diez de la mañana cuando llegó el metro. Me dirigía al centro de la ciudad. Sin darme cuenta detrás de mi subió un hombre con un perro. Era un labrador de color canela, con cara de bonachón ,se sentaron los dos, primero el hombre y después el perro.
Cogí de la cartera el libro que llevaba y lo abrí, era la segunda vez que lo leía. Su título “EL hombre en busca de sentido” de Viktor E. Frankl. Cuando llevaba un párrafo paré de leer , no pude evitar mirarlos. El hombre de unos cincuenta y cinco a sesenta años, pelo moreno con algunas entradas, gafas de pasta y cristales transparentes. El perro con un arnés alrededor de su cuerpo que tenía encima una especie de cartón plastificado que decía “ no me toques estoy trabajando”. Estaba sentado sobre sus patas traseras, al momento se tumbo , a los tres segundos se volvió a sentar. En ese instante el hombre lo puso entre sus piernas mientras lo acariciaba suavemente.
Transcurrió deprisa el trayecto que tenía que hacer. Un poco antes de anunciar por megafonía la llegada a la estación, en la que me bajaba, me levanté. En el momento en que la megafonía del vagón anunciaba la parada,  el hombre se levantó y el perro a su vez. Se puso delante de las puertas y en el momento que paró el metro, abrió un pasajero las puertas y se pusieron en marcha los dos. Subieron por las escaleras mecánicas y de la misma manera que se incorporaron a la escalera, así la dejaron, con habilidad. A la salida por la boca de la estación del metro se fueron en dirección contraria a la mía.
Eran las dos menos cuarto, mientra  estaba esperando en el andén el metro de vuelta a casa,  aparecieron otra vez los dos, perro y amo o amo y perro. El hombre bajó su cuerpo poco a poco hasta ponerse en cuclillas y acariciar al perro. A continuación, sacó del bolsillo de su cazadora una bolsa pequeña de plástico transparente con galletitas, que una tras otra el perro pacientemente esperaba recibir.
Llegó el metro y subí  al igual que ellos. Llegué a la estación en la que bajaba , abrí la puerta y les dejé salir delante de mí.
Una vez más nuestros caminos eran diferentes, al salir por la boca del metro se fueron en dirección contraria a la mía.
Esta vez el sentido no lo encontré en la lectura de un libro, si no en el metro un día cualquiera.

jueves, 7 de octubre de 2010

Verano 1974


Iba corriendo camino abajo cuando me paré en un árbol bajo su copa y apoyé mi mano sobre su tronco. Respiraba muy deprisa y la sensación de falta de oxígeno en mis pulmones no decrecía, sino todo lo contrario. Creí que los pulmones me iban a reventar. Después de unos segundos continúe corriendo hacia el pueblo mientras sonaban las campanas de la iglesia. El camino continuaba de bajada y aunque mis pulmones no daban más de si yo aceleré la carrera. No podía esperar más, sabía que era el día y la hora  ¡llegaba tarde! . Conforme llegué a la plaza el autobús paró, y sentí alivio. Se abrió la puerta y tras unos segundos la vi bajar. El corazón me iba como cuando mueves un bote lleno de canicas y los pulmones ya no los notaba. Le cogí la mano, la acerque a mí y la abrace con tanta fuerza que mis brazos le daban dos vueltas a todo su cuerpo. Llevaba esperando desde que se fue el verano pasado y solo lo soportaba leyendo sus cartas. Empezaba por una cualquiera y las iba leyendo todas hasta que empezaba otra vez por la misma. Me pasé todo este tiempo soñando en que llegara este día. Este verano cumplo catorce años y no sé si soportaré los años que me quedan para poder estar junto a ella para siempre. Pero ahora, queda todo el verano por delante.