Se abrió delante de mí una puerta. Vi en el suelo algo parecido a una figura
humana. La apunté con el móvil y disparé, la foto salió perfecta. Salí
corriendo, y en mi retina aún estaba reflejada su mirada. Estaba en este pueblo
investigando para mi periódico varias muertes extrañas, sucedidas en el último
año.
Entré en la pensión con la cara tan blanca como un cadáver.
En ese instante la casera me pregunto si me encontraba bien, contesté que
perfectamente.
Al darme la vuelta vi reflejado en el espejo de la entrada,
como iba a clavarme un enorme cuchillo por la espalda. Cogí una figura de
mármol, me giré y la golpeé en toda la cara, cayendo en la alfombra egipcia de
la entrada. Enrollé a la casera con la alfombra, bajé al sótano y la metí en la
caldera, la encendí y me marché.
Subí a la habitación y allí estaba, de pie mirándome. Aún
al mirarlo me producía terror. Ya no hacía falta verlo en fotografía, retrocedí
dos pasos, entonces empezó a hablarme. Salté por la ventana a la calle. Aunque
solo fue un primer piso, caí de forma impecable y salí corriendo.
Me subí al coche, arranqué y me largué del pueblo sin mirar
por el retrovisor. Saqué el móvil, volví
a ver la foto y no lo podía creer, era igualito a mí.