Agnarón nunca se sintió identificado con su cuerpo.
El mundo en el que vivía no lo consideraba el suyo, se encontraba fuera de
lugar. Siempre le decían lo mismo, que mirara a su alrededor, pero eso a él no
le servía. Se dirigió a los dioses, les pidió y rogó que le ayudaran, pero no le hicieron caso
alguno. Le volvieron a recordar quien era y donde se encontraba. Siempre se
consideró maldito, nunca se sintió un centauro.
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