La
ciudad del amor era como llamaban a un callejón al lado de la
estación de autobuses. Cuando el sol estaba en todo su esplendor,
hacia brillar con toda su belleza los jacarandá. Podías ver cómo
era visitado por gentes de todas las edades. Hacían fotos desde
todos los ángulos, se besaban, abrazaban y sentaban en un único
banco que allí existía. Cuando caían sus flores de color azul
violeta, parecía un manto digno de cualquier virgen en semana santa.
Al anochecer las pajas eran a cinco euros, las mamadas a diez y el
completo a veinte.
jueves, 5 de octubre de 2017
martes, 3 de octubre de 2017
La cucharilla
La
residencia Arco Iris era como se llamaba al reformatorio donde fui a
parar, uno de los peores del país.
A
los más famosos y crueles vigilantes se les conocía como la
trinidad. Al pelirrojo lo llamábamos Erick el rojo, el de tez morena
Atila y el Hijo puta era el Hijo puta.
Todos
los días nos ponían para desayunar un vaso de leche aguada y
coloreado con un poco de malta, junto a un chusco de pan de las
sobras de la cena.
Una
de las reglas que tenía la residencia era que estaba terminantemente
prohibido sacar cualquier alimento del comedor. Teníamos que enseñar
los bolsillos, sacándolos hacia afuera. Eso se conocía como pasar
la aduana.
Una
mañana el moñas, que se sentaba a mi lado en el comedor me dio su trozo de pan, con disimulo me lo guardé, troceado entre los calzoncillos, para que no se notara.
Al
pasar por la aduana el Hijo puta lo detectó. Me hizo
desnudar delante de todos y de un puñetazo me tumbó. Al intentar
levantarme desenfundo la porra que llevaba en la cintura y me golpeó
con ella. Ese día había decidido sacar la cucharilla del
desayuno, escondida en el calcetín de mi pie izquierdo. La recogí
de entre la ropa, me incorporé, sin pronunciar palabra alguna me
quedé mirándolo sin apartar mi ojos de su garganta. Mientras él
sonreía jocosamente con Erick el rojo y Atila, coloqué la
cucharilla entre los dedos, apreté el puño con todas mis fuerzas y
de un golpe certero se la clavé en la nuez.
El
Hijo puta cayó en redondo ante la atónita mirada de todos los
presentes. La ovación se oyó en todo el reformatorio.
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