La
ciudad del amor era como llamaban a un callejón al lado de la
estación de autobuses. Cuando el sol estaba en todo su esplendor,
hacia brillar con toda su belleza los jacarandá. Podías ver cómo
era visitado por gentes de todas las edades. Hacían fotos desde
todos los ángulos, se besaban, abrazaban y sentaban en un único
banco que allí existía. Cuando caían sus flores de color azul
violeta, parecía un manto digno de cualquier virgen en semana santa.
Al anochecer las pajas eran a cinco euros, las mamadas a diez y el
completo a veinte.
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