Bernardino
Fuentes corría calle abajo como si le quemaran los bolsillos y
quisiera agua para refrescarlos. Apolonio el cabrero le había dicho
que buscara al alcalde urgentemente para darle el aviso que acababa
de susurrarle al oído, y que no debía contárselo a nadie antes que
a él. Llegó a la puerta del ayuntamiento, subió escaleras arriba
hasta el despacho del alcalde. Llamó y sin esperar respuesta entró,
sin recobrar el aliento se dirigió al alcalde y le dijo:
-
Don Fulgencio, Apolonio el cabrero dice, que la primavera ha llegado.