De pequeño sus amigos a Carlos le llamaban de apodo el alambre porque era tan delgado que cuando jugaban al escondite si se ponía detrás del palo de una escoba no se le veía. Era de cabello rubio y sus ojos eran azul claro, por lo que él se consideraba guapo desde que su abuela un día le dijo “Carlitos tienes el pelo y los ojos como Robert Redford”. En lo que él no caía era en sus ojos saltones y su nariz aguileña que le daban un aspecto más bien a Martin Feldman. Poco a poco fue creciendo y aunque con dieciséis años ya media casi dos metros, en el pueblo se le conocía como Carlitos y su mejor amigo que media justo metro y medio se le conocía por el apodo de su abuelo que era Cachalote. El grupo de amigos lo completaban dos hermanos gemelos Andrés y Copia, así les llamaban, aunque nunca sabias quien era cual. Eran tan idénticos que cuando jugaban al escondite y decía “por Andrés que está en el portal”, respondía “no, soy Copia” y si no al contrario.
Hoy en día ya cumplidos los cincuenta, todavía se ve a los cuatro amigos juntos y no hay día que los nombren por el altavoz del pregón a los cuatro “encalaos”. El mote se lo pusieron cuando se pintaron de cal unos a otros, y fueron asuntando a las viejas del pueblo. Lo último ha sido colgar las sallas del cura en el palo de la bandera del ayuntamiento, nadie los vio, pero todos saben que fueron ellos.
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