Tardaría
en encontrar la llave que necesitaba. Tumbado de espaldas en el
suelo, casi sin luz, no pudo distinguir las herramientas con
claridad. Alargó la mano, cogió una llave fija, la soltó, cogió
una llave inglesa, la soltó, cogió una de tubo, la soltó. Lo
siguiente fue el gato del coche que estaba reparando. Sin pensárselo
dos veces, con todas sus fuerzas le golpeo en la cabeza. Apartó el
cuerpo de encima de él e inhaló una inmensa bocanada de aire. A las
ocho de la tarde cerró, saliendo del taller con la furgoneta como de
costumbre.
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