Paulina
era una mujer con muy mala suerte. Había enviudado tres veces y en
su cuarto matrimonio decidió otra vez mudarse al piso de su
reciente esposo. Adolfo cuidaba con delicadeza sus planta y regaba
las macetas todas las noches antes de acostarse, hasta que murió.
Paulina afligida y con desgana, tuvo que hacerse cargo cumpliendo la
promesa que le había hecho a su marido cuando este repentinamente
enfermo. Lo único que cambió en el cuidado de las plantas era que
ella las regaba al mediodía.
Con
el tiempo Paulina les cogió cariño a las plantas y empezó a
esforzarse en la tarea. Todos los días con puntualidad suiza, a las
doce del mediodía, las regaba con abundante agua. Tenía la fea
costumbre de no tener miramiento cuando pasaban personas por debajo
de su ventana. Su vecino Jacinto ya le había llamado la atención en
contadas ocasiones, a lo que Paulina reaccionaba con desprecio.
Un
día Jacinto se dirigió a ella asegurándole que iba a denunciarla.
En ese instante le lanzó una maceta a la cabeza, dejándolo
inconsciente en medio de la acera.
Paulina
lamento la muerte por accidente de su vecino, fruto de las rachas de
viento y de la mala suerte.
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