A Juan
el sueño le llegó de repente, no pudo resistir que Morfeo lo recogiera entre
sus brazos y lo depositara entre algodones esa noche de luna nueva. Había sido
unas gotitas sinsabor las que le había colocado en la copa de vino y al
tomárselo tardo cinco minutos en hacerle efecto. María lo dejó en calzoncillos,
lo cogió como todas sus fuerzas en dos movimientos y se lo cargó encima de los
hombros. El coche lo había aparcado de culo, le dio a la llave, abrió el
maletero como pudo y lo metió dentro. Cerró y miró a ambos lados para ver si la
había visto alguien, era una noche oscura y fría de invierno. Subió, arrancó y salió
de allí a toda velocidad, encendiendo las luces del coche una vez ya en marcha.
Una hora después llegaban a su destino como estaba previsto, aparcó en la plaza
del barco donde le indicaron y se largó. Cuando Juan despertó dentro del
maletero, intentó salir y no pudo. María se lo había prometido, la próxima vez que
me pegues será la última. El coche se
encontraba a más de cien kilómetros de casa, con destino Argelia.
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