La vida te deja
continuamente cicatrices. Unas te fortalecen y otras te recuerdan lo frágil que
es tu vida. Unas las esperas y otras
aparecen cuando menos te lo imaginas. Unas y otras son parte de esa vida que te
toca vivir.
El ser humano es capaz de
amar y odiar a la vez y en los dos casos hacer daño en exceso. Del amor al odio no hay una línea fina, la línea es
inexistente, hay un vacío de nosotros, de nuestras perspectivas de vida y la de
los demás.
La fortaleza del ser humano
está en él, al igual que la debilidad. Todo dependerá del mundo que le rodee desde su nacimiento. Y allí estará la
clave de su existencia, de sus éxitos y de sus fracasos. De su vida completa o
incompleta.
Siempre tienes que dar de ti
lo máximo y no por los demás si no por ti, por tu proyecto de vida. Entendiendo
como proyecto de vida todo lo que te
vaya aconteciendo de forma natural a través de tu esfuerzo, todo lo demás vendrá solo.
La vida sin darte cuenta va
pasando y el tiempo es algo que no está al alcance de nosotros, lo que hacemos
con él, sí. Ocupamos más tiempo en lo que quieren los demás que en lo que
nosotros queremos. Estamos encorsetados en vidas formales.
La educación tiene que
buscar la naturaleza humana y aprovechar a cada individuo en su máxima
expresión. No confrontar si no complementar independientemente de su visión
individual del mundo.
Las utopías están para
cumplirse, a largo o corto plazo, al igual que los sueños, si creemos en ellos.
La búsqueda de la felicidad nos frustra porque en la mayoría de los casos la
establecen los demás y no nosotros. Cada uno tiene que buscar su Grial, y
seguir buscándolo hasta que el tiempo te alcance.