Tenía la misma cara que mi abuelo Segismundo, que había
desaparecido hacía cuarenta años. Mi herencia era el trastero de mis abuelos,
que había permanecido cerrado hasta la muerte de mi abuela. El trastero al
igual que las antigüedades es mi debilidad.
Mi abuelo, librero de profesión, tenía pasión por la
ciencia. Estaba siempre inventando objetos, algunos inútiles, que se almacenaban
en él.
Dejó una nota a mi abuela, fechada el día que desapareció,
que ella nunca entendió. Decía: “Aurelia no me esperes para cenar, igual me
retraso. Si todo sale bien seré famoso”.
Cuarenta años después tenía delante de mí al abuelo
Segismundo, bajo la lente del microscopio.
Mi abuelo, librero de profesión, tenía pasión por la
ciencia. Estaba siempre inventando objetos, algunos inútiles, que se almacenaban
en él.
Dejó una nota a mi abuela, fechada el día que desapareció,
que ella nunca entendió. Decía: “Aurelia no me esperes para cenar, igual me
retraso. Si todo sale bien seré famoso”.
Cuarenta años después tenía delante de mí al abuelo
Segismundo, bajo la lente del microscopio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario