jueves, 24 de diciembre de 2015

Resurrección





 Había sido un día de perros. Un día de tormenta que hacía años que no ocurría y Laura volvía a casa del entierro de su amigo y compañero de trabajo Andrés, al cual solo habían acudido sus amigos y compañeros. Contó que se crió en un orfanato hasta la mayoría de edad. Se enroló en la legión extranjera, en la cual estuvo cinco años. Desde entonces no había parado de trabajar y llevaba con nosotros algo más de siete años. Era muy extrovertido, pero nunca contó nada de lo que hizo en la legión.

El ascensor estaba fuera de servicio y tuvo que subir los tres pisos andando. Entro en casa y lo primero que hizo fue quitarse los zapatos que la estaban torturando. Se puso ropa cómoda y se dejó caer en el sofá.

La luna asomó por un lado de la ventana tras la tormenta. Mientras, el timbre de la puerta sonó. Laura no tenía ganas de visita, y sigilosamente  sin encender la luz pegó el ojo a la mirilla de la puerta. Se quedó inmóvil, sin hacer ruido ni al respirar, se agachó y a gatas se alejó de la puerta.

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo. La última vez que vio esa cara fue en el ataúd que la acogía, era Andrés. Se levantó, cerró todas las ventanas y bajó todas las persianas. Entonces se atrevió a encender las luces, llamó a Carla, su mejor amiga, para contarle lo que le estaba sucediendo, pero estaba comunicando.

Sentada en el sofá trato de tranquilizarse. Sonó el móvil y pensó que era Carla, pero no, era el número de Andrés.
Aun así, horrorizada y con la voz entrecortada contestó:
-¿Sí?
- Laura soy Pedro, el hermano gemelo de Andrés.

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