Genoveva
había adquirido un sexto sentido que le hacía adivinar cuando
Arturo estaba cerca de casa. Empezaba con un leve temblor y un sudor
frío que hacía que fuera al baño con urgencia. Cuando él llegaba
ella se mantenía callada y con la cabeza gacha. Fue
un viernes el día en que Arturo volvió a casa como si a un avispero
le hubieran tirado una pedrada. Una vez más sus insultos eran más despreciables y su mano golpeaba con más fuerza. Hubo un momento, en el que fuera de sí, Arturo le dijo:
“todo el mundo se va a enterarse lo inútil que eres”. Se
asomó al balcón y apoyándose en la barandilla, inclinó su cuerpo
para que se oyera perfectamente lo que iba a decir de Genoveva. En el
momento que iba a empezar, una suave brisa y un leve empujón hizo
que Arturo volara por primera y última vez.
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