Era un
juez del Tribunal Supremo, Don Agapito Bahamonde García del Amo, las malas
lenguas hablaban de falta de equidad en sus decisiones. Tenía un hijo abogado,
de educación exquisita. Había ido a los mejores colegios y universidades en Madrid,
Londres y Boston. Todos confiaban en que siguiera la carrera del padre, menos
él. Mientras los demás pretendientes a la judicatura, leer sentencias era su
entretenimiento, él estaba convencido que era innovador en sus planteamientos
para impartir justicia. No leía una sentencia de más, ni les daba valor. Él,
Valeriano Bahamonde Grande de las Casas, vio un filón y un entretenimiento en
las prácticas. Tenía un don especial heredado de un bisabuelo, la discreción.
Donde iba pasaba desapercibido.
En la
prensa internacional se hablaba de los casos de un asesino en serie en Londres,
Boston y ahora en Madrid, que llevaba en jaque a la policía.