miércoles, 23 de septiembre de 2020

El abogado discreto

Era un juez del Tribunal Supremo, Don Agapito Bahamonde García del Amo, las malas lenguas hablaban de falta de equidad en sus decisiones. Tenía un hijo abogado, de educación exquisita. Había ido a los mejores colegios y universidades en Madrid, Londres y Boston. Todos confiaban en que siguiera la carrera del padre, menos él. Mientras los demás pretendientes a la judicatura, leer sentencias era su entretenimiento, él estaba convencido que era innovador en sus planteamientos para impartir justicia. No leía una sentencia de más, ni les daba valor. Él, Valeriano Bahamonde Grande de las Casas, vio un filón y un entretenimiento en las prácticas. Tenía un don especial heredado de un bisabuelo, la discreción. Donde iba pasaba desapercibido.

En la prensa internacional se hablaba de los casos de un asesino en serie en Londres, Boston y ahora en Madrid, que llevaba en jaque a la policía. 

  

domingo, 13 de septiembre de 2020

El pastor poeta

Texto seleccionado en el V Certamen Internacional de Relato Corto de La Esfera Cultural. 


Era una noche de esas que miras al cielo y no ves ni una estrella, como si estuvieras dentro de la boca de un lobo. Andaba de regreso al pueblo con el rebaño, cuando, en mitad del camino apareció una mujer. Llevaba una capa con capucha tan negra como la noche, en la mano sostenía un farol que le iluminaba su rostro. Era la mujer más bella que había visto en mi vida. Sus ojos verdes me hipnotizaron de tal manera que me quedé paralizado. Me acordé de lo que cuentan los viejos del pueblo de las noches tan negras. Dicen que aparece una dama que quiere comprarte el alma para revenderla al diablo, a cambio de un deseo. Noté un escalofrío que me recorría de la nuca a los talones. Me repuse y le pregunté que pretendía, me contestó que estaba esperándome. Sabía de mí que era un humilde pastor, que todas las noches venía hacia el pueblo a la misma hora. Yo le dejé bien claro que no iba a vender mi alma por nada del mundo. Ella sonrió y me contestó que ni la quería ni pretendía nada de mí. Se presentó como Calíope, una de las nueve musas que inspiran a los hombres. Me llamó por mi nombre, Miguel, y conocía el de mi amigo y maestro Ramón. Al despedirse me dijo que escribiría los más bellos poemas por mí nunca imaginados, que mis poesías irían más allá de mí existencia. Que la libreta que llevo en el zurrón, la llenaré de versos increíbles. Conforme vino se marchó y yo continúe camino con mis ovejas. Ramón, en la entrada del pueblo, me esperaba para charlar y leer un rato.

 

Domingo de gloría

 

Era Domingo por la noche e iba perdido por las calles, deambulando sin rumbo fijo. Me quería morir, mi vida era un desastre, me sentía miserable. Andaba frotándome las manos para entrar en calor, cuando a lo lejos vi a dos personas. Conforme se acercaban distinguí a un hombre y a una mujer. Eran las tres de la madrugada de puro invierno y no se veía ni un perro por las calles. Al cruzarnos nos dimos las buenas noches con mucha educación e hicimos un comentario sobre el tremendo frío que hacía. Giré ciento ochenta grados, saqué la pistola y les vacié el cargador en sus cabezas. Sonreí, mi vida volvía a tener sentido.