Era Domingo
por la noche e iba perdido por las calles, deambulando sin rumbo fijo. Me
quería morir, mi vida era un desastre, me sentía miserable. Andaba frotándome
las manos para entrar en calor, cuando a lo lejos vi a dos personas. Conforme
se acercaban distinguí a un hombre y a una mujer. Eran las tres de la madrugada
de puro invierno y no se veía ni un perro por las calles. Al cruzarnos nos
dimos las buenas noches con mucha educación e hicimos un comentario sobre el
tremendo frío que hacía. Giré ciento ochenta grados, saqué la pistola y les
vacié el cargador en sus cabezas. Sonreí, mi vida volvía a tener sentido.
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