Eran las diez de la noche del día de Nochebuena. Sonó el teléfono y
una vez más Don Salvatore requería los servicios de Luca, su mejor
soldado. Ese día había comenzado un nuevo confinamiento, eso
hacía que no hubiera un alma por las calles. Cogió su Honda y cruzó
Nápoles a toda velocidad. Llegó a casa del Don y él en persona lo
recibió. A continuación, le entregó una pistola limpia y una foto, Luca
la miró, miró al Don y este le confirmó con un movimiento de cabeza
el objetivo.
Sin mediar palabra alguna, se guardó la foto, la pistola y salió de allí.
Se montó en su Honda dirección a la vivienda del soplón. Aparcó
delante de su puerta, llamó, este le abrió y se miraron fijamente. Luca
sabía que no había otra salida y con un solo disparo en la cabeza
acabó con él. Acto seguido, se metió el cañón de la pistola en la boca
y se pegó un tiro. Desde que vio la foto sabía que no tenía otra opción,
matar a su padre era su condena. Que extraño encuentro para una
noche extraña.
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