Ya
recogerían la mesa mañana después del funeral. El fallecido se
encontraba de cuerpo presente en la habitación, como antaño, por
expreso deseo familiar. La mesa del salón estaba rebosante de comida
y bebida. Más que un funeral parecía la celebración de una
despedida de soltero. La esposa y los cuatro hijos disfrutaron de la
comida como nunca. Todo fueron risas, chistes rancios,
chascarrillos y, como no, críticas sangrantes al fallecido. La
mayoría de los invitados se quedaron boquiabiertos de ver lo que estaban
viendo. Lo que ignoraban de ese bueno de Antonio era su mano larga y
su puño duro.
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