Se
quedó de piedra al enterarse y se vio desarmada. Notaba como si a sus pulmones le
faltara el aire, esa sensación de mareo y respiración acelerada, indicaba que
estaba hiperventilando. Su mejor amiga le había advertido que le podía suceder,
buscar ser padres sin que lo supiera él, no estaba bien. La prueba de embarazo
había dado positivo, no esperó ni un instante en compartirlo con el futuro
padre. Cada vez que ella le hablaba de ser madre lo posponía, lo que nunca le dijo
él, es que tenía una malformación genética que le hacía estéril.
domingo, 26 de enero de 2020
Hasta que la muerte nos separe
Empezó
a llorar delante del féretro. La última vez que se vieron y hablaron fue el día
que ella salió de viaje, habían discutido una vez más, despidiéndose con
reproches mutuos. Su amor, se había ido diluyendo poco a poco con el paso de
los años, sin darse cuenta. No habían sido capaces de cultivar ese amor, que
hace echar de menos al otro en su ausencia, al contrario, cualquier excusa era
buena para ausentarse de casa unos días. Allí de pie, delante de él, recordaba
cuando se conocieron y como se enamoraron. A su lado y cogiéndole de la mano,
su amante.
martes, 21 de enero de 2020
Caprichos del destino
El sol reflejado en su cara mostraba todo su esplendor el día de su cumpleaños. Su belleza era tal que me recordó cuando la conocí. Nunca pensé que fuera el hombre afortunado, Manuela cumplía sesenta años. Fue una mañana de otoño cuando la cogí por primera vez de la mano. Íbamos andando por el paseo marítimo, mientras la brisa del mar nos acariciaba en la cara. El primer beso nos lo dimos en el momento que apagaban las luces del cine, mientras el acomodador hacia callar a unos niños. Las tardes, en la tasca Maravillas, tomándonos unos refrescos y unos boquerones en vinagre que tanto le gustan a ella. Prefería sentarse en la mesa del rincón, para así cogernos de la mano sin llamar mucho la atención, para de vez en cuando, darnos un beso furtivo y una caricia en la mejilla. Con el tiempo fuimos quedando más a menudo, hasta vernos todos los días por la tarde a partir de la siete, hasta las nueve en la que tenía que regresar a casa, bajo la inquisidora mirada de sus padres. Era hija única y siempre decían lo mismo, “queremos lo mejor para ti nena” y no sé, si yo entraba en esos planes. Fueron pasando los días y nos fuimos enamorando uno del otro, hasta de nuestros defectos. Llegó la época en la que había que cumplir con la patria y nos tuvimos que conformar en vernos cuando podíamos. Una vez pasado ese tiempo de incomodidad, volvimos a vernos todos los días por necesidad, si no, era como si nos faltara algo. Cada día no amábamos más y teníamos la necesidad imperiosa de estar más tiempo juntos. Hablando de nuestro futuro, los niños que tendríamos, los sitios que visitaríamos, eran un sin parar planeando una vida en común. Manuela había estudiado secretariado y trabajaba en unos despachos de una empresa de construcción, yo empecé en la facultad de derecho, no era lo mío, lo dejé y me puse a trabajar en lo que salía. Ahora mismo vendiendo seguros de vida y de decesos en Santa María. Nos enteramos en el despacho de Manuela que iban a construir unas fincas en el barrio que nosotros queríamos, no informamos bien y poco tiempo después ya teníamos reservada una vivienda donde queríamos, dando un adelanto del coste final, del cual tendríamos que pedir una hipoteca a veinte años. Éramos la pareja más feliz del mundo. Un piso que sería pequeño, pero que nosotros lo íbamos a hacer acogedor. Tres dormitorios de los cuales dos pequeños y el de matrimonio, un cuarto de baño funcional, la cocina con todo lo imprescindible y un salón comedor mediano, con balcón a la calle. Nos dijeron que más o menos en un par de años sería nuestro. Ahorramos todo lo que pudimos para amueblarlo y el día que nos dieron la llaves, sin esperar, fuimos a verlo, a oscuras, con una linterna subimos y por primera vez vimos nuestro hogar. Nos abrazamos y besamos de felicidad, nos fuimos a casa después de una visita rápida. En septiembre nos casamos, solamente por el juzgado, teniendo problemas familiares por ello, así lo queríamos y así lo hicimos. Con los amigos fuimos a un bar cercano al juzgado y nos tomamos unas cervezas para celebrarlo. Con el tiempo fuimos teniendo familia, primero un niño, después una niña y el tercero otro niño. Cuando nos íbamos de vacaciones nos venía justo el coche para trasladarnos, pero poníamos de nuestra parte todos y al final hasta sobraba espacio. Los niños estudiaron sin excesivos problemas, acabando aquello que estudiaron. Los tres se independizaron, aunque la niña fue la primera en irse, los otros dos, primero se fueron juntos a un piso hasta que se hartaron de soportarse y se fue cada uno por su cuenta. Ahora llevan vidas distintas, los tres trabajan y los vemos felices. Hoy el amor de mi vida cumple sesenta años y lo vamos a celebrar con con nuestros hijos. Toca esperar que la vida sea generosa con nosotros, empezando hoy y que disfrutemos del día.
La siesta
Las
casas estaban pintadas de cal, con los tejados de teja roja. Los campos
rebosaban de trigo para cosechar, tan amarillos como el sol. El ganado de
labranza descansaba debajo de la sombra de los árboles que allí había. Los bancales
de huerta estaban rodeados por cercas de madera pintadas de blanco, delimitando
las propiedades. Cosechar en verano era un trabajo duro, empezando a la salida
del sol y acabando a la puesta. Sebastián y María eran un matrimonio joven,
recién casados, que cosechan los dos. Todas las mañanas iban andando desde el
pueblo hasta los campos, cargados con la herramientas, la comida para todo el
día y el agua. Paraban una hora al mediodía para comer y descansar, que algunos aprovechaban para echarse un pequeña
siesta, algo que Sebastián y María solían hacer.
En
ocasiones se veía a un pintor cargado con sus bártulos, pintando los campos y a
las gentes, era pelirrojo, con barba y sombrero de paja. Mientras Sebastián y María hacían la siesta,
los pintó a los pies de una bala de paja medio deshecha, donde se tumbaban. Al
tiempo se supo que el pintor había muerto y que sus cuadros se estaban haciendo
famosos, se llamaba Vincent.
jueves, 9 de enero de 2020
Nuestro otoño
Fue un
otoño fresco, de esos de rebeca al atardecer, paseo con luz tenue y oscuridad
tardía, que invitaba a cogerse de la mano, abrazarse y como no, a besarse con
las primeras penumbras. Es ese tiempo de hablar del futuro y olvidarse del
presente, porque crees tenerlo todo en ese momento. Esa estación de colores
renovados, de tirar lo viejo por lo nuevo que vendrá, como era lo nuestro. Es
la estación que te invita a soñar con un futuro que existe en nuestros
corazones y todo es positivo, de colores caducos, como las hojas de los árboles
que dejan ir lo que no sirve.
Los
años pasan y se cumple lo que pedimos en aquel primer otoño, estar juntos un
año tras otro e ir creciendo como personas, como padres. Llegó el primer julio,
risas y ojos como platos, éramos padres sin darnos cuenta. Llegó el mes de
abril, oscuro, como una noche de luna nueva en pleno invierno, frío y
desapacible para nuestros corazones. Pero no tardó en llegar otra vez el
verano, el mes de julio y éramos uno más. Todo sonrisas, alegría y más te
quiero para siempre. Así, con nosotros, sumamos dos más y éramos lo que aquel
otoño soñábamos. Y siempre habrá ese trocito de corazón en tres, uno para ella,
para nosotros. Pasaron los años y llegó el otoño a nuestras vidas y seguimos
juntos, como aquel año en que empezamos soñando. Ese sueño es real y ahí
andamos, uno al lado del otro, amándonos más que nunca, multiplicando nuestra
vida al lado de ellos. Nuestros dos veranos de julio, luminosos y alegres, dos
personas increíbles, que nunca hubiéramos soñado, acompañados en su camino
vital por las personas que han decidido. Deseándoles un otoño como el nuestro,
de rebeca al atardecer, paseo con luz tenue y oscuridad tardía, que invita a
cogerse de la mano, abrazarse y como no a besarse con las primeras penumbras. Y seguirá…
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