Fue un
otoño fresco, de esos de rebeca al atardecer, paseo con luz tenue y oscuridad
tardía, que invitaba a cogerse de la mano, abrazarse y como no, a besarse con
las primeras penumbras. Es ese tiempo de hablar del futuro y olvidarse del
presente, porque crees tenerlo todo en ese momento. Esa estación de colores
renovados, de tirar lo viejo por lo nuevo que vendrá, como era lo nuestro. Es
la estación que te invita a soñar con un futuro que existe en nuestros
corazones y todo es positivo, de colores caducos, como las hojas de los árboles
que dejan ir lo que no sirve.
Los
años pasan y se cumple lo que pedimos en aquel primer otoño, estar juntos un
año tras otro e ir creciendo como personas, como padres. Llegó el primer julio,
risas y ojos como platos, éramos padres sin darnos cuenta. Llegó el mes de
abril, oscuro, como una noche de luna nueva en pleno invierno, frío y
desapacible para nuestros corazones. Pero no tardó en llegar otra vez el
verano, el mes de julio y éramos uno más. Todo sonrisas, alegría y más te
quiero para siempre. Así, con nosotros, sumamos dos más y éramos lo que aquel
otoño soñábamos. Y siempre habrá ese trocito de corazón en tres, uno para ella,
para nosotros. Pasaron los años y llegó el otoño a nuestras vidas y seguimos
juntos, como aquel año en que empezamos soñando. Ese sueño es real y ahí
andamos, uno al lado del otro, amándonos más que nunca, multiplicando nuestra
vida al lado de ellos. Nuestros dos veranos de julio, luminosos y alegres, dos
personas increíbles, que nunca hubiéramos soñado, acompañados en su camino
vital por las personas que han decidido. Deseándoles un otoño como el nuestro,
de rebeca al atardecer, paseo con luz tenue y oscuridad tardía, que invita a
cogerse de la mano, abrazarse y como no a besarse con las primeras penumbras. Y seguirá…
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