martes, 21 de enero de 2020

La siesta


Las casas estaban pintadas de cal, con los tejados de teja roja. Los campos rebosaban de trigo para cosechar, tan amarillos como el sol. El ganado de labranza descansaba debajo de la sombra de los árboles que allí había. Los bancales de huerta estaban rodeados por cercas de madera pintadas de blanco, delimitando las propiedades. Cosechar en verano era un trabajo duro, empezando a la salida del sol y acabando a la puesta. Sebastián y María eran un matrimonio joven, recién casados, que cosechan los dos. Todas las mañanas iban andando desde el pueblo hasta los campos, cargados con la herramientas, la comida para todo el día y el agua.  Paraban una hora al mediodía para comer y descansar, que algunos aprovechaban para echarse un pequeña siesta, algo que Sebastián y María solían hacer.
En ocasiones se veía a un pintor cargado con sus bártulos, pintando los campos y a las gentes, era pelirrojo, con barba y sombrero de paja. Mientras Sebastián y María hacían la siesta, los pintó a los pies de una bala de paja medio deshecha, donde se tumbaban. Al tiempo se supo que el pintor había muerto y que sus cuadros se estaban haciendo famosos, se llamaba Vincent.  

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