jueves, 18 de febrero de 2021

Mi abuela



Estaba sentada en una silla en un lado del comedor, en silencio, con la mirada perdida, como si no quisiera molestar con su presencia. Era mi castillo donde acudir a refugiarme cuando por cualquier motivo, mi madre quería darme algún azote. Subía corriendo a su regazo y ella con sus brazos me ponía una armadura infranqueable. Estaba a salvo, como el soldado en la fortaleza más inexpugnable de todas.

Iba rigurosamente de negro, con su delantal a cuadros pequeños. Su cabello recogido con un moño en la coronilla, sujeto con ganchitos de color negro que se dejaban entrever en el cabello. Su ceguera fue sobrevenida al igual que su luto, por la muerte de su hija mayor; ocasionada por la leucemia, dejando un hijo pequeño al cuidado de la familia materna.

Era los años en los que un niño era dichoso disfrutando en un charco, tirando piedras a una lata vacía o simplemente pasando las horas en la calle con los amigos. Eran esos tiempos en los que cuando han pasado, los recuerdas y te dan vida, a los que tanto recurrimos cuando somos adultos. Sin melancolía, sencillamente con cariño, con amor a esos abuelos que tanto echas de menos. Que cuando eres una persona madura te das cuenta de que poseer cosas no te va a dar la felicidad y buscas en ese niño que si lo era, sin nada. Leonor se llamaba mi abuela, mi fortaleza.

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