Fui portada en todas las
revistas médicas y en todos los informativos y periódicos del mundo, el niño de
los dos corazones. Así se empezó a conocerme, algo que duró poco tiempo, pronto
se olvidaron de mí.
Llevaba una vida normal, como
un niño de mi edad, pero era conocido como Pablo el doble de corazones. Mi
abuela para quitarle hierro al asunto y darle una vuelta positiva me dijo,
Pablo tú serás el doble de bueno y el doble de inteligente. También un día me
dijo, hijo te tocará sufrir el doble en el mal de amores.
Con catorce años me enamore por
primera vez, se llamaba Raquel, aunque ella no me correspondió. No sufrí doble
como había aventurado mi abuela. Nunca la olvidé, fue mi primer amor.
Con dieciocho años Leonor me
chiflaba, era una chica diez, la más inteligente y la más guapa de la clase.
Podía conversar de cualquier tema mejor que nadie, era simpática a raudales,
duró tres meses nuestra relación. Se tuvo que marchar con sus padres a
Alemania. Al poco tiempo la olvidé, al contrario que con Raquel, que nunca me
la quitaba de la cabeza. Fui saliendo con todo tipo de chicas, más interesantes
o menos, más guapas o menos, y mis corazones ni se inmutaban.
Era el día que cumplía veinticinco
años cuando noté que mis corazones se aceleraban y latían descompasados, algo
que nunca me había pasado. Busqué con la mirada a mi alrededor y vi una mujer
de ojos verdes esmeralda, pelo moreno azabache, tez morena. Era ella.
La llamé por su nombre y se giró,
le pregunté si me recordaba, que era Pablo, que habíamos ido juntos al colegio.
Sin pararse, a la vez que se alejaba, me contestó que no.
Noté un dolor en el pecho como nunca
había tenido, y me acordé de mi abuela.