Fue
saliendo por la boca del metro, en la calle Colón, cuando escuché una canción
que hacía muchos años que no oía, era Je t´aime.
Sonaba cuando me dieron mi primer beso. Sí, he dicho bien, me dieron. Fue Isabel,
dieciséis años, morena y guapa con locura. Yo catorce, lleno de complejos y
tímido, como no podía ser de otra manera.
Dicen
que la nostalgia con medida no es mala. Fue una típica tarde de verano, en la
que organizamos un guateque. Las luces apagadas, con una oscuridad espesa por
la calor, con solo unos rayos de luz silenciosos que se colaban por las grietas
de la ventana.
Isabel
me cogió de la mano y nos pusimos a bailar. Me rodeó con sus brazos por el
cuello, yo a ella por la cintura a unos centímetros de prudencia, ella apretó
su cuerpo contra el mío, yo me dejé llevar.
Sin
esperarlo, me acarició los ojos con su mirada, los cerré y noté sobre mis
labios el sabor de los suyos. Estaba besándome por primera vez y me sentí el
rey del mundo, pero solo acababa de empezar. Giró su cabeza un poco hacía mi
izquierda y no entendía nada, al mismo tiempo noté su lengua junto a la mía, en
mi cabeza una explosión de colores que me recorrieron todo el cuerpo. Comenzó a
faltarme el aire, pensé que no aguantaría, entonces Isabel apartó sus labios de
los míos. Se me quedaron con sabor a verano, que ya no volvimos a repetir.
El
claxon de un coche me devolvió al centro de Valencia. La canción ya había
dejado de sonar. Aquel verano a un chico lleno de complejos y tímido le cambió la
vida.
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