Érase
muchas veces, en un país cercano, vivía un niño que cada vez que tenía que irse
a dormir no quería, sus papás se enfadaban, su hermano se enfadaba y él se
enfadaba.
Todo
cambió una noche en la que Pablo, que es como se llama el niño, se durmió y tuvo
un sueño muy especial.
Soñó
que venía un dragón con dos cabezas llamado Drago, que lo llamaba: chisss, chisss, Pablo despierta. Abrió los ojos y vio montado en una de sus
cabezas a su abuelo. Al verlo saltó de la cama abalanzándose sobre él.
Sus papás
le habían dicho que estaba en el cielo con otros abuelos cuidando desde allí a
todos los niños del mundo.
En ese
momento Drago le dijo a Pablo que se agarrara bien fuerte que se iban a un
lugar muy lejano. Drago empezó a volar. Su abuelo le contó que
vendrán todas las noches siempre que esté solo, que nada más se
duerma viajarán a sitios maravillosos, con la condición de volver antes que
se haga de día.
Esa
primera noche fueron a un lugar donde había niños con lápices de
colores haciendo dibujos. Un duende muy viejo era quien les decía que tenían
que dibujar. Cuando acababan una hada les cogía el dibujo, diciéndoles lo bien que estaba y los guardaba.
Cada
noche se montaba en el dragón, e iban a un lugar diferente, donde niños como él
jugaban, reían y se divertían. Una noche fueron a visitar una fábrica de caramelos y se hartaron de comer.
Todas
las mañanas, cuando su madre lo despertaba, se levantaba rápidamente, se vestía
enseguida, se lavaba la cara y se peinaba. Se preparaba la cartera con todo lo
que necesitaba y desayunaba.
Pablo
se fue haciendo mayor y poco a poco dejó de soñar todas las noches con su
abuelo, solamente si lo echaba de menos. Soñaba que jugaba, que dibujaba, que
volaba como un superhéroe, soñaba y soñaba y soñaba…
Desde
entonces Pablo come perdiz y se acuesta feliz.