Si
dijera que sentí dolor mentiría, ante su familia no tuve más remedio que
aparentarlo. Ya de vuelta a casa me perdí entre las calles del casco antiguo de
la ciudad, recordando mis años de juventud, cuando íbamos cantando y gritando a
los cuatro vientos. Sin darme cuenta se hizo de noche y decidí dirigirme a casa.
Abrí la puerta, al entrar, un escalofrió recorrió mi espalda. Comprobé cada una
de las habitaciones, a continuación, me puse cómoda y una copa de vino. Sin
encender las luces y en silencio, como siempre, brindé por el maldito
maltratador que acababa de enterrar esa misma tarde.
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