Estoy
en el patíbulo con la soga al cuello y las manos atadas a la espalda. Me ponen
la capucha. Espero un ruido seco que haga desaparecer el suelo bajo mis pies.
Va pasando el tiempo y no se oye ni un alma, lanzo un grito desesperado. Creo
que me he quedado a solas. Primero tendré que deshacerme de la cuerda que
sujeta las manos. Empiezo a mover las muñecas para crear la holgura suficiente.
El tiempo que trascurre se me hace eterno. Oigo un ruido seco, el silencio se
vuelve algarabía. El suelo desaparece bajo mis pies.
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