Eugenia
tenía un huerto con flores plantadas en insuperables líneas rectas, parecían
soldados en formación. Cada línea era de un color diferente y si alguna flor
experimentaba la más mínima variación en forma o color, como un perfecta cirujana, la extirpaba del huerto y la sustituía por otra. Su visión era de impecables,
unas flores diferentes a las que hasta ahora se habían visto. Eugenia, según
los lugareños, era muy difícil de tratar y huraña. Regaba las flores de forma
exacta en cantidad y tiempo, como un reloj suizo. El agua que utilizaba para
regarlas no era peculiar, era del suministro general. Se comentaba que el
secreto de sus flores estaba en el abono, que daba un tratamiento especial y que nadie
hasta ahora, había podido averiguar su secreto. La gente que visitaba el pueblo
se hacía eco de las flores de Eugenia. Un pueblo para visitar, acogedor, gente
afable, con un índice de mortalidad elevado.
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