Por
mitad de la calle de un pueblo en Galicia, iba un hombre de apariencia joven,
con sombrero panameño de ala ancha. La noche veraniega era oscura, de luna
nueva, invitaba a ir girándose para atrás más a menudo. En medio de la plaza,
una fuente, de la cual salían de los dos caños unos hilillos de agua, que al caer en el abrevadero
se oía un sonido como si tocaran un xilófono. De pie al lado la fuente, una mujer
vestida toda de blanco mirando a las estrellas, que brillaban con todo su
esplendor. El hombre se acercó y la mujer señalando al cielo le dijo: Allí a tu
izquierda, aquel grupo de estrellas, se llama Hércules, y allí más alejado a la
derecha Libra. Sin esperar respuesta alguna, la mujer comenzó a caminar hacía la
calle que enfrentaba a la fuente y salía del pueblo. Se giró e invitó
con la mirada al hombre a que la siguiera. Él sin dudar un instante fue detrás.
La mujer paró y le dijo: Arístides soy la compañera de tu último
viaje.
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