Era 31
de diciembre de 2019 y pensaba que su vida era insulsa, monótona, como si no
estuviera vivo. Se levantó del sillón, apagó el televisor y subió a la azotea.
Se puso encima de la cornisa y repasó su último año. Abrió los brazos y miró hacia
abajo. Respiró con todas sus fuerzas, cerró los ojos y retrocedió un paso, un
año más. Ahora pensaba en 2020.
martes, 31 de diciembre de 2019
sábado, 28 de diciembre de 2019
Un deseo casi cumplido
Había
pedido a los Reyes que le devolvieran a su papá. Según le dijeron a Daniel, se
había ido al cielo para proteger desde allí a los niños del mundo. Este año no
quería dejar pasar la oportunidad de estar con su papá,
así lo indicó en la carta que les envió a los Reyes. Un día llamaron a la
puerta, su mamá abrió y vio asombrada a su marido quedándose inmóvil por la
sorpresa. Daniel fue corriendo hacía su papá. Este cogió en brazos al niño y le
dijo:
-Daniel,
no soy tu papá, soy su hermano gemelo Adrián.
El pozo seco
Había
un pozo en el corral, con su pozal y su cuerda para sacar agua, aunque el pozo estaba
seco y ya no se utilizaba. Alguna vez mi padre, gritando, amenazó a mi madre con
tirarla dentro. Casi todos los días le insultaba, le empujaba o le pegaba algún tortazo, al igual que hacía de vez en
cuando con nosotros. Mi madre tenía costumbre de hacernos salir a mi hermano y
a mí del corral cada vez que mi padre
la maltrataba. Una tarde a la vuelta del colegio, mi madre nos dijo que nuestro
padre, por fin, no volvería, que nos había abandonado y lo celebramos. Poco
después, vi como mi madre tiraba al pozo un par de sacos de cal.
viernes, 27 de diciembre de 2019
Crisis personal
Ya era
de día cuando Marcelino regresó todo ensangrentado. Me
hice la dormida y no quise decirle nada. Se desnudó, se duchó, cogió toda la
ropa, bajó al jardín y en un bidón le pegó fuego. Lo oí sentado en la cocina desayunando
y entonces fui a verlo.
Le
pregunté por qué había venido tan tarde y no me contestó, dejando encima de la
mesa un sobre con la paga del mes, hoy era el último día de plazo para evitar
el desahucio. En los últimos tiempos andábamos mal de dinero desde que lo
despidieron. La maldita crisis llega a todo el mundo. Verlo de director de una
sucursal bancaria a trabajar en un matadero, doblando jornada, para él, es muy
duro.
Huerto en barbecho
Le
confesé a mi padre lo que había hecho. Que había sido un accidente y no sabía
qué hacer con el cuerpo. A lo que él sin inmutarse y sin mediar palabra alguna,
me miró y me guiñó el ojo. Cogió la azada y comenzó a cavar en una esquina del
huerto. Entonces me contó que matar era lo que más le excitaba. Me dijo que
la próxima vez me toca hacer el agujero a mí.
Toca cocinar
Nunca
pensé que volvería a sufrir al enamorarme, como una adolescente en su primera
decepción. Así me siento yo en estos momentos. Cada mañana, al mirarme en el
espejo lo repito como un mantra,"Juan te ama, tu eres la única".
Ahora mismo sentado en la cocina, Juan me acaba de jurar llorando, amor eterno.
Virginia me ha prometido que todo es un malentendido. Los he mirado a los ojos
y mienten miserablemente. Ahora el problema es sacarlos de casa sin que me
vean.
Mi capazo
Me
desperté como un día cualquiera, con mi capazo de llevar piedras en la espalda.
Me miro al espejo y a continuación añado una piedra más. Salgo a la calle con
mi globo de helio que me empuja al andar. En cada paso se me va deshinchando un
poco. Cuando llego al lugar de destino ya soy yo quien lo lleva.
Ahí
añado una piedrecita a mi capazo y me siento a esperar. Los asientos son con
clavos que hacen estar alerta en la espera y añado dos piedras más.
El globo de helio ya hace rato que ha desaparecido.
El globo de helio ya hace rato que ha desaparecido.
Llaman
al del capazo y paso, pongo una piedra más y el capazo está casi lleno.
Objetivo casi cumplido. Atento oigo el que.
En ese
momento el capazo me cae encima con todas sus piedras, recojo el capazo vacío y
lo vuelvo a llenar y añado todas las piedras que caben.
Salgo
por la puerta con mi capazo y sin globo, me arrastro como puedo. Llego a casa
con todo el capazo lleno a la espalda, desde ese día compro otro que llevaré en
el pecho. Mañana cuando me despierte estrenaré el capazo nuevo y añadiré una
piedra más.
Así
cualquier mañana que me levanto y me miro al espejo.
La merienda
Lo sé,
soy un nostálgico, aun lo recuerdo como si fuera hoy. Fue hace treinta años
atrás, cuando íbamos los tres en bicicleta por la carretera, entonces al llegar
al pueblo nos desviamos por el camino hacía el convento. Primero paramos en la
fuente, bebimos agua hasta que nos hartamos. En la puerta del convento las
bicicletas las tirábamos al suelo y llamábamos dando tres golpes, salía Sor
Inés y nos daba de merendar pan y chocolate. Un día llamamos y salió Sor Magdalena, le pedimos la merienda, pero nos mandó a casa y nos dijo que por
culpa nuestra a Sor Inés la habían trasladado de convento. Volvimos al día
siguiente y Sor Magdalena enfadada nos dijo que no quería volver a vernos. Una
noche de luna nueva, cogimos y nos llevamos una antorcha pequeña apagada,
un mechero y fuimos dirección al convento. Al llegar a la puerta del convento y
sin hacer el mínimo ruido, encendimos la antorcha y le prendimos fuego a la
puerta. Salidos disparados, a lo lejos vimos como las monjas con pozales
intentaban apagar el fuego. Al extenderse por alguna ventana les costó algo más
apagarlo. Al día siguiente llegamos a la puerta del convento, dejamos las
bicicletas en el suelo y llamamos. Salió Sor Magdalena, con la merienda, pan
con chocolate. Le dimos las gracias y nos largamos. Y así pasábamos todos los
días de verano, con las bicicletas, que no recuerdo de quien eran.
El incidente
Desde el nacimiento de Juan,
Pablo era otro niño. Notó la falta de atención de su madre y eso al niño le
molestaba. Juan siempre le echaba la culpa a su hermano de todo lo que ocurría.
Su madre había dejado a Pablo y Juan jugando en la habitación como cualquier otro
día. Se oyó un grito y ella fue corriendo, en la habitación solamente estaba Pablo y la ventana abierta de par en par. Fue él día en que pasó de hijo mayor
a hijo único.
El cubierto
Cuando
llegué estaban poniendo la mesa para la cena. No me dirigieron la palabra, ni
me miraron. Me dirigí a mi habitación a dejar el bolso y el abrigo, a
continuación, salí al salón. Aún seguían distantes, mi padre más serio, mi
madre más compungida. El único que me hace caso es Gus, mi perro labrador, como
siempre me sigue allá donde voy. Me senté en el sillón sin hacer ningún
comentario y me mantuve callada. Su enfado conmigo dura ya un mes. Desde que tuve
el accidente, no me ponen ni el cubierto para la cena.
miércoles, 11 de diciembre de 2019
Potaje 2
Se me
hacen pesados los garbanzos en el carrillo de la boca, mastico dos veces, cambio
de lado, mientras, se me hace una papilla repugnante. El potaje es la comida
que más odiamos mi hermano y yo. Aprovecho el momento en que mamá va a tender a
la galería para volcar lo que queda de un plato en el otro. Lo llevo al aseo y lo
vacío en el retrete, vuelvo a la mesa y coloco el plato en su sitio. Guiño el
ojo a mi hermano y al girar la vista hacía la galería, mamá toda rígida, nos
mira con muy mala idea.
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