Cuando
llegué estaban poniendo la mesa para la cena. No me dirigieron la palabra, ni
me miraron. Me dirigí a mi habitación a dejar el bolso y el abrigo, a
continuación, salí al salón. Aún seguían distantes, mi padre más serio, mi
madre más compungida. El único que me hace caso es Gus, mi perro labrador, como
siempre me sigue allá donde voy. Me senté en el sillón sin hacer ningún
comentario y me mantuve callada. Su enfado conmigo dura ya un mes. Desde que tuve
el accidente, no me ponen ni el cubierto para la cena.
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