Lo sé,
soy un nostálgico, aun lo recuerdo como si fuera hoy. Fue hace treinta años
atrás, cuando íbamos los tres en bicicleta por la carretera, entonces al llegar
al pueblo nos desviamos por el camino hacía el convento. Primero paramos en la
fuente, bebimos agua hasta que nos hartamos. En la puerta del convento las
bicicletas las tirábamos al suelo y llamábamos dando tres golpes, salía Sor
Inés y nos daba de merendar pan y chocolate. Un día llamamos y salió Sor Magdalena, le pedimos la merienda, pero nos mandó a casa y nos dijo que por
culpa nuestra a Sor Inés la habían trasladado de convento. Volvimos al día
siguiente y Sor Magdalena enfadada nos dijo que no quería volver a vernos. Una
noche de luna nueva, cogimos y nos llevamos una antorcha pequeña apagada,
un mechero y fuimos dirección al convento. Al llegar a la puerta del convento y
sin hacer el mínimo ruido, encendimos la antorcha y le prendimos fuego a la
puerta. Salidos disparados, a lo lejos vimos como las monjas con pozales
intentaban apagar el fuego. Al extenderse por alguna ventana les costó algo más
apagarlo. Al día siguiente llegamos a la puerta del convento, dejamos las
bicicletas en el suelo y llamamos. Salió Sor Magdalena, con la merienda, pan
con chocolate. Le dimos las gracias y nos largamos. Y así pasábamos todos los
días de verano, con las bicicletas, que no recuerdo de quien eran.
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