Ya era
de día cuando Marcelino regresó todo ensangrentado. Me
hice la dormida y no quise decirle nada. Se desnudó, se duchó, cogió toda la
ropa, bajó al jardín y en un bidón le pegó fuego. Lo oí sentado en la cocina desayunando
y entonces fui a verlo.
Le
pregunté por qué había venido tan tarde y no me contestó, dejando encima de la
mesa un sobre con la paga del mes, hoy era el último día de plazo para evitar
el desahucio. En los últimos tiempos andábamos mal de dinero desde que lo
despidieron. La maldita crisis llega a todo el mundo. Verlo de director de una
sucursal bancaria a trabajar en un matadero, doblando jornada, para él, es muy
duro.
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